Juan, el satisfacho…¡provecho!

 

Por Rodrigo Cienfuegos

 

Soy un muerto de hambre. Es más, soy nieto, hijo, hermano, primo, sobrino, cuñado, padre, tío y amigo de muertos y muertas de hambre. ¡Colega de varios muertos y muertas de hambre! ¡Hasta ex novias muertas de hambre tengo! Rivales políticos y deportivos. Ex compañeros de colegio –y también de la universidad-, igual de muertos de hambre que yo. Que yo y los que ayer marchamos, no sólo en Talca, la ciudad de la que usted es alcalde, sino en todo Chile, para defender la educación pública que un país muerto de hambre se merece, porque sí, y punto.

 

Entonces, haga el esfuerzo, aunque le cueste, y vaya calculando cuántos millones de muertos de hambre tiene este país. ¿Cuántos hambreados le echa que andaban este jueves 30 de junio por la calles piducanas, ah? ¡No importa!, no se agite. Pero fíjese que, ayer, marchamos. Con hambre y todo, salimos a las calles. Y ya podrá saber qué calles recorrimos exigiendo educación pública de a de veritas y de calidad. Ahí, quizá desde su despacho, pueda leer que en el edificio de la enclenque Intendencia, algún muerto de hambre le dejó escrito que por ahí pasamos. Tal cual quedó escrito en tantos muros del bello adobe aún a salvo de sus maquinarias inescrupulosas y sus pretensiones “modernizadoras”. ¿Se fijó que esos muertos de hambre tienen buena ortografía? ¡Claro, pues!, si ser muerto de hambre es una cosa, pero ignorante otra.

¿Aerss…quién es el muerto de hambre?, le pregunto. ¡Sí, pues!, ¡nosotros! Nosotros los que, a diario, salimos a buscar con así la MANSA HAMBRE, la chaucha para vivir y educar a nuestros hijos, pese a la cagona educación que “su municipio” ofrece. El “suyo” y toditos los demás.

¿Sabe qué es lo primero que piensa un muerto de hambre en la mañana al despertar? ¡No sabe! Yo le cuento. Y perdone que me suenen las tripas, pero, ya sabe, tengo hambre. Mire usted: un muerto de hambre, como los miles que ayer dejamos los pies y el pecho en las calles, lo primero que piensa en la mañana es en que el hijo muerto de hambre vaya a clases, se porte bien, ponga atención y respete la noble labor del muerto de hambre que allí, frente al pizarrón, le va guiando en el bello mundo del conocimiento. Piensa, por ejemplo, hambriento como siempre, que el mocoso o la nena, se aplique, que tenga amigos (en lo posible igual de hambrientos, pero sí no, bien, hay que variar), que valore el esfuerzo de sacarse la cresta trabajando para pagarle la hambrienta educación; que se abrigue lo suficiente. Porque de frío sí que es triste morirse, huele a soledad, abandono, desamparo, desperdicio. No así morirse de hambre, fíjese, Juanito.

Entonces, el cabro, ese muerto de hambre quinceañero, veinteañero, toma la micro, lagañoso, cagado de sueño, cansado de repasar las materias de la prueba o el examen, y va todavía soñando con paraísos hechos sólo para muertos de hambre, donde no hay más razón que seguir siendo un feliz muerto de hambre. Y ya en la sala fría, presta atención, escribe con letra de muerto de hambre, comprende desde su inanición las razones de su muerte permanente.

La mocosa muerta de hambre, nacida y alimentada a teta hambrienta, por ejemplo, se acomoda su jumper adolescente, y nota que el ancho de la cintura se ajusta testarudamente a su figura hambrienta, pero no se amilana; se sigue queriendo, goza su vanidad de lola hermosa, de chiquilla enamorada de algún príncipe hambriento como ella. Porque claro, no se si sabe don Juan, pero para morirse de hambre, hay que ir amando. Y los muertos de hambre que ayer marchamos por las calles piducanas y por las de todo Chile, amamos. Sí, y lo hacemos como si el amor fuera el único plato posible, el de la previa al cadalso que este “modelo” nos ofrece como menú.

Cada mañana, la madre muerta de hambre, el padre muerto de hambre que tiene que ir a laburar con otros muertos de hambre, piensan a su mocoso, a su cabro, camino al LAM, a la Utal, con su caminar de muerto de hambre, y sus cuadernos llenos de sabios disparates hambrientos, que no hacen otra cosa que alimentar su condición de hambre. Y en su ilusión de hambrientos lo piensan llegando a ese día, quizá el día mundial de los muertos de hambre, cuando le toca recibir su diploma donde versa algo así como “aprobado con hambre máxima”. “La universidad de los hambrientos (pública y de calidad) confiere el presente diploma al muerto de hambre tanto, tanto, por haber aprobado todas las pruebas de hambre exigidas por la FAO, y certifica que es un Ingeniero en Hambre Industrial, con mención en bioinanición. ¿Cómo la ve, Juanito? ¡Orgullosa, esa mamita muerta de hambre, pues! Llora de hambrienta emoción, se jacta ante sus vecinas en el almacén, de que su retoño hambriento sacó la carrera. Endeudado hasta las pelotas, pero ¿y? Más vale ser hambriento que mal educado. Más vale morir de hambre que sentado en un sillón impropio, creyendo que el mundo es tuyo y que de él puedes disponer, porque, más encima, hay una sociedad muerta de hambre que tiene que puro llevarte el amén.

Pero resulta que así no es la cuestión, pues, don Juan. ¡No! ¡Así no es na’ la vida! No. ¡No me naturalice la vida, iñor!, que la vida se puede cambiar. Y la muerte de los muertos de hambre también, para que vaya sabiendo. Lo que NO se puede cambiar, es estar vivo y no sazonarle dignidad a cada acto de vida, a cada segundo. He ahí la diferencia.

Los muertos de hambre que ayer marchamos, tenemos hambre y morimos de ella y por ella. Hambre de equidad, de justicia social, de igualdad de derechos y respeto al muerto de hambre de al lado, aunque estudie en un colegio o universidad privados; ¡HAMBRE DE EDUCACIÓN PARA TODAS Y TODOS! Igualita, buena, justa, potente; como se debe. Hambre de ver a los hijos de este país felices, construyendo, riendo, gozando la hermosa muerte hambrienta que es la vida, porque es la vida. No sea, pues, don Juan. No agonice de tanta gula. ¡Sea vivito! Intente morir de hambre y verá cómo se puede salir del espanto y no atemorizarse ante lo justo, lo señero. Agarre un pan con mortadela, mírelo fijo una mañana y piense: un muerto de hambre es feliz con una mascada, porque después de ella, le sale la vida camino a clases, allí en el maravilloso mundo del conocimiento. Y respira y respira certezas, sin más provecho que la integridad humana. Ese mismo conocimiento, a usted se le volvió una gruesa espina de sierra en la garganta, una papa caliente en el hocico, una piedra de sal en el caldo de la indiferencia y la avaricia, un grano de arroz crudo en la primavera de la egolatría. Y aún así, no lo vio. Porque, de tanto engullir y engullir, usted se cree de los vivos. Y, perdone que le diga, en nombre de los abuelos, hijos, hermanos, primos, sobrinos, cuñados, padres, tíos y amigos muertos y muertas de hambre; de mis colegas muertos y muertas de hambre; de mis ex novias muertas de hambre, de mis rivales políticos y deportivos muertos de hambre; y de mis ex compañeros de colegio –y también de la universidad-, igual de muertos de hambre que yo; y de los que el 30 de junio marchamos; pero bien le haría una cazuela de educación, cargadita de enjundia pública. ¡Y que tenga usted buen provecho!, pues, ya ve, moriremos de hambre, pero la educación nunca vamos a perderla.

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