Conoce más sobre la vida de Julita Astaburuaga

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A los 96 años, víctima de un cáncer al páncreas, murió esta mañana la reconocida socialité chilena. A modo de homenaje, en Revista Mujer revivieron esta entrevista que les concedió en julio de 2007, en la que repasa su vida de opulencias y estrecheces.

Cuando terminó la celebración de sus 88 años, en abril pasado, con una fabulosa fiesta en Casa Baco y 160 invitados top de la socialité santiaguina, Julita Astaburuaga volvió sola a su pequeño departamento de calle Merced, que posee un estilo entre loft y casa de antigüedades. Allí pasó días ordenando los 75 obsequios que incluían desde perfumes, un vale de spa para el Balthus, muñecos de tela, porcelana y 17 ramos de flores. “Eran tantos que ocupaban toda la casa”, dice Astaburuaga, mientras se sienta en el enorme sofá de terciopelo que combina con su elegante dos piezas rojo italiano de la tienda Click.

“Nunca me he sentido hermosa. Para nada. Siento que mi belleza tiene que ver más con mi espíritu que con otra cosa. Reconozco que estoy jodida, porque me siento muy joven por dentro y, aunque tengo una muy buena salud, puede ser que el cuerpo no me acompañe”, dice la primera dama de las páginas sociales, al tiempo que reconoce que siempre ha dedicado un cuidado especial a su imagen.
Retrato que le tomó Jorge Opazo, en los 30, cuando fue rostro de Pond’s.
Reconocida adonde vaya, Julita se divierte mientras transita por la ciudad. “El otro día me subí a un taxi y el chofer no paraba de mirarme a través del espejo retrovisor. `Yo la conozco. No sé de dónde¿, me decía. Yo me hacía la lesa. Y de pronto insistió: `¿Usted no es la señora que vive en La Dehesa?¿. Le dije que estaba equivocado, que vivía en el centro. Siempre piensan cosas distintas de mí”.

Lo cierto es que todos la imaginan como una mujer rica. “Y soy todo lo contrario”. Hija de Jorge Astaburuaga Lyon, diputado “por poquito tiempo” y corredor de la bolsa, Julita sostiene que en su familia la plata venía del lado de su abuelo, “un ministro de guerra y de marina, como se decía antes”, y de su madre, Elena Larraín, “que era bien fea de cara”. De ella heredó el andar palaciego y los gestos aristocráticos. “Siempre estaba elegantísima, divina, como si nada pudiera provocarle algún problema”, recuerda Julita.

Cuando cumplió 29 años Astaburuaga decidió casarse por “única vez”. Lo hizo con el diplomático de carrera Fernando Maquieira, que era un año menor que ella. Juntos viajaron por el mundo y tuvieron dos hijos: Cristián, que es embajador, y Diego, el poeta. No se casó antes, como era la costumbre de la época, “porque quería ser libre. Amaba la vida. De hecho, la primera vez que me enamoré estaba en el colegio y creo que me enamoré demasiado. Así y todo, esa vez tampoco me quería casar. Recuerdo que mi único deseo era que este novio no se fuera nunca, porque era un diplomático extranjero en Chile. Al final tuvo que irse”. Después llegó Diego y se encandiló por segunda vez. Era el momento.

-Imagino su boda como un gran evento social.
-Para nada. Fue una boda muy sencilla que se preparó en tres días. Me casé un jueves con el vestido de novia de mi mamá, y el sábado ya estábamos viajando a Estados Unidos porque a Fernando lo mandaron a un cargo a Naciones Unidas. Fue súper rápido. Los regalos fueron maletas, platería y dólares. Nos fuimos a Nueva York primero y de ahí nunca más dejamos de viajar. Durante los 25 años que estuvimos casados tuvimos que establecernos cuatro veces en Nueva York.
Su separación tampoco fue un escándalo social. “Era el año 1974 y me vine a vivir a este departamento en calle Merced. A nadie le llamó poderosamente la atención el tema de mi ruptura, o a lo mejor sí. Pero yo no me di cuenta. Me casé joven y, como en el fondo soy muy religiosa, nunca se me ocurrió que me pudiera separar alguna vez. ¡Qué raro lo que estoy hablando! Estas son cosas privadas, ¿no? ¿A quién pudiera interesarle lo que dice la Julita Astaburuaga? Si yo no soy escritora, ni actriz ni señora de ministro.

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A los 3 años junto a su madre, Elena Larraín.
-Pero cuenta que la reconocen en la calle.
-Fíjate que hace un tiempo me pasó algo bastante curioso. Cuando fui a ver a Verónica Villarroel, a la Plaza de Armas, había más de 20 mil personas. Cuando pasé, todo el mundo gritaba “Ju-li-ta” y me hacían señas y me tiraban besos. Al rato pasó un político muy importante de este país, cuyo nombre no diré… La pifiadera fue espantosa.

-Tal vez podría candidatearse.
-Es que no me gusta la política. Yo no tengo ningún oficio, aunque una vez quise ser algo: bailarina.

-¿Y qué pasó?
-Me echaron. Yo estuve cuando se formó el Ballet de Chile, con Ernst Uthoff. Era compañera de Patricio Bunster, de Virginia Roncal, de Carmen Maira. Hacía cuatro horas diarias de barra. Pero Uthoff me sacó por gorda. Pero ahora pienso que mi mamá tampoco me hubiera dejado ser bailarina.

-También quiso ser decoradora
-Fue un tiempo nomás. Siempre ayudaba a los conocidos a hacer decoraciones hasta que una amiga muy rica, la Elsa Said, me dijo: “¡Hasta cuándo vas a seguir trabajando gratis! Por qué no le decoras el banco a mi papá”, el otrora Banco Panamericano. Entonces fui a la casa de don Juan Said y saqué lo más regio que había allí para colocarlo en el banco. Un gobelino espectacular, unas banquetas de petit point, una estatuas maravillosas. El banco quedó poco menos que convertido en el Morgan. Pero después vino Allende, les quitaron el banco y todas las cosas quedaron adentro.
El sello Astaburuaga, que ella ha legitimado de forma lúdica y espontánea, la convierte en un icono del buen gusto. “Tan fina”, le dicen en las galas, en la calle, en la micro. Como dama de la diplomacia ha dado cátedra y por varios años fue la profesora para las parejas de recién casados de la Academia Diplomática de Chile. Allí enseñaba a las novatas a colocar la mesa, a recibir, a saludar. Sus clases eran tan requeridas que terminaron en un libro titulado “Así lo Hago Yo”. De los dos mil ejemplares publicados, ahora no queda ninguno.

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Junto a la soprano María Callas en los años 40, para una celebración oficial de la ONU en Washington. “Un momento inolvidable de mi vida diplomática”, dice Julita.
-Julita, ¿qué cosa le desagrada del comportamiento social de hoy?
-Me molesta que nadie se arregle para eventos, ir a comer o a la ópera. Entiendo que la gente trabaja todo el día, que el Transantiago complicó más las cosas. La gente parte en la mañana y en la tarde corre para comer. A mí me encanta ver a los hombres arreglados y a las mujeres bonitas. A veces las amigas me llaman para preguntarme cómo voy a ir vestida a una comida. “¿Vas a ir elegante, Julita?”, me interrogan. Y yo les respondo: “Cuando me convidan a comer, siempre trato de ir elegante”.

-¿Nunca participó en un concurso de belleza?
-Sí, una vez. Eso muy poca gente lo sabe. Tenía 17 años y salí segunda Miss Chile en el año 39. Fue precioso: un gran evento con jurado y todo, en el Parque del Salitre, en Viña del Mar. Yo empaté con la María Luisa Correa en el segundo lugar. Ese año ganó Elisita Ripamonti, que después fue la mujer de Francisco Bulnes. Sus papás no la dejaron ir a representar al país a Buenos Aires, menos a pasearse en traje de baño. Tuvo que ir la candidata de Concepción a reemplazarla. Igual, todas lo pasamos bomba. El premio era un automóvil. Mi mamá no quería saber nada de ese cuento y mi papá figuraba muerto de la risa.

-¿A qué mujeres considera bellas?
-Hay muchas mujeres hermosas. Me encantaba la Greta Garbo, la Audrey Hepburn. Y de las chilenas, Elisa Ripamonti, María Luisa Correa, la Mery Zañartu, la Cuca Valdés de Alessandri y la más bella de todas: Olga Budge de Edwards.

-¿Y las bellas de hoy?
-Javiera Díaz de Valdés es preciosa, además está casada con este chiquillo Mackenna que yo adoro tanto.

-¿Cómo lo hace Julita para verse tan estupenda?
-Siento que si me mantengo tan bien a los 88 años es por mi forma de alimentarme. Como sano y en colores.

-¿…?
-En colores. Verde, colorado y amarillo… Es decir, lechuga, tomate y papaya, por ejemplo. Además me gusta el jamón y el pollo. ¡Ah! Y no como pan.

-¿Y los dulces?
-Trato de no comerlos, pero siempre termino comiendo igual y después termino sufriendo por los kilos que he ganado… por bruta me pasa.

-Y el rostro, ¿cómo lo cuida?
-Con la misma crema de siempre: Pond’s . Una que no venden en Chile. De hecho, mi hijo me la manda ahora desde Estados Unidos. La conocí de una manera muy divertida. En los 30, los de Pond’s hicieron una publicidad de los cuidados de belleza de las mujeres más lindas del mundo. Éramos tres: la duquesa de Montpeliêre, la condesa de Arens y Julita Astaburuaga por Chile. A mí me daba lo mismo. De hecho me pagaron 300 pesos de esa época, que serían unos 30 mil de ahora. Lo único que exigí era que la foto me la tomara Jorge Opazo, el fotógrafo de moda. Salí en un montón de publicaciones: en la Zig Zag y en la revista Life.

-¿Qué otros hábitos de belleza conserva?
-A ver… Me gusta el mismo perfume, Ma Griffe de Carven. Pero me han regalado tantos que ahora los uso todos. Además camino 20 minutos diarios y ahora descubrí el tema de las maravillosas sesiones de belleza y relajación. Mi amigo Lucho Benard me regaló para mi cumpleaños unos vales que los he disfrutado como nada en la vida.

-¿Y se protege del sol?
-Antes, nada. Me acuerdo que me encantaba andar bien negra. Me veía estupenda con los ojos azules y bien morena de piel. Ahora, con todo lo que se habla, me cuido más.

05Dolor por un hijo…

A pesar de su optimismo y alegría de vivir, Julita sabe de penas. “Por supuesto que he pasado por malos momentos. Me he enfermado, he llorado y he sufrido, como todo el mundo”, dice. Cuando tuvo que enfrentar el severo cuadro de alcoholismo de su hijo Diego sintió un derrumbe emocional que nunca había experimentado. Aunque prefiere no explayarse en el tema, sus cercanos todavía recuerdan cómo hace dos años Julita, de un día para otro, cambió su eterna sonrisa por un semblante de permanente preocupación. “Fue muy duro encontrarme con mi hijo en tan mal estado. Fue terrible darme cuenta de que no podía ver ni caminar”, dice. Hoy las cosas han cambiado. Su hijo salió adelante y ella misma reconoce que está mucho mejor. “Se puso hasta más buenmozo. Diego es muy inteligente, siempre lo ha sido. Imagínate que recuperó completamente la vista”.

-¿Qué hace una madre para apoyar a su hijo en un caso como éste?
-Uno sufre mucho este tipo de problemas. Pero, como se dice comúnmente, tienes que apechugar, acompañar y comprender. Todos los hijos dan problemas de algún modo. Los papás y las mamás también damos problemas a los hijos.
Más fácil de aceptar para ella ha sido la estrechez económica que vive. La opulencia quedó en el pasado. Julita no vive de herencias ni tampoco de una pensión. “Tengo este departamento, que compramos con mi marido para arrendarlo”.
Además es propietaria de una casa pareada en El Golf. Con ese arriendo le alcanza para vivir. Afortunadamente, dice ella, ha aprendido a ser una “buena pobre”. Por lo mismo, ha sufrido con amargura cuando la han asaltado en la calle. Más de tres veces. La última vez fue hace un par de días, muy cerca de su casa. “Un tipo me robó la billetera, sacó los 17 mil pesos que me quedaban. Menos mal que no se llevó la tarjeta Bip, que yo uso para las micros”.

-Dígame, ¿cómo se puede ser fashion con poca plata?
-Afortunadamente tengo mucha ropa, ya sea heredada de mi mamá o de mi época de vida diplomática. Además, tengo amigas que me regalan su ropa lujosa, porque no salen mucho.

-¿Tiene algún traje vintage que la enorgullezca?
-Tengo dos, que me gustaría vendérselos al “Toto” Yarur para su Museo de la Moda. Uno de Balenciaga color damasco, con una capa de plumas de avestruz. El otro es de Dior, blanco, con bordados turquesa y perteneció a una princesa de Bélgica que era amiga de mi tía, doña Raquel Claro Velasco.

-¿Tiene muchas amigas?
-Bastantes, y de todas las edades. Me encanta la gente joven. Muchas de las amigas de mi generación no están muy bien de salud o prefieren estar con los nietos.

-¿Qué dicen sus nietos de usted?
-Que soy una abuela chora. Para ellos soy una amiga, una compinche. Me dicen “la Juli”. Tengo todo tipo de nietos: rockeros, pintores y diplomáticos.

-¿Siempre tiene ganas de salir?
-A veces pienso: “Qué lata. Otro cóctel y la misma gente”. Y después digo: “¡No!”. Me sobrepongo, me arreglo y me voy arrastrando las patas. Pero cuando vuelvo a casa llego feliz. Siento que he estado en el mundo, viviendo y no encerrada aquí.

Agenda de una socialité

-Cuando son muchas invitaciones. “Llevo una agenda muy ordenada. Hace una semana, tenía cinco invitaciones. Y todas eran estupendas. En esos casos privilegio la amistad. Nunca voy a más de dos partes. Antes iba a todas, pero ahora con los tacos eso es imposible. Además tampoco puedes llegar atrasada a todos lados”.
-Cuando no puedo o no quiero ir. “Me llegan muchas invitaciones que sencillamente no me interesan. Y a veces también sucede que tengo compromisos tomados con anterioridad. Siempre llamo para avisar que no voy a asistir. Hay que hacerlo. En un evento siempre hay contabilización de las sillas necesarias, hay que contratar el cóctel y eso se paga por persona. Es de muy mala educación no avisar que uno no asistirá”.
-¿Sola o acompañada? “Antes siempre llegaba con mi amigo Juanito Picand. Ahora ya no está, así que llego sola a todas partes. No tiene nada de malo”.
-Cuando no se conoce a nadie. “Una vez me preguntaron eso en una clase de protocolo. Uno debiera meterle conversación a cualquiera. Nunca quedarse parada como tonta esperando que le hablen”.
-Un pretexto para iniciar una conversación. “Preguntar si es la primera vez que asiste, cuáles son sus intereses respecto a lo que está sucediendo. Por ejemplo, si conoce al pintor de la exposición y luego dejarle muy en claro que uno llegó sola”.
-La hora de retirarse. “En eso no tengo reglas. Menos si lo estoy pasando regio. Una hora prudente está bien. Obviamente no ser la última”.
-Las joyas. “Me encantan y siempre las uso. Nunca todas puestas, eso es de mal gusto. Simplemente, usar las que combinan con la ropa que uno lleva”.
-La peluquería. “No soy de peluquería diaria. Ni siquiera para las producciones de fotos me gusta que me maquillen o me peinen. Siento que me cambian. Yo me lavo, me peino, me tiño y me corto sola. Yo la parte de adelante y la Ivonne, mi nana, la parte de atrás”.
-¿Dónde dejar el abrigo? “Cuando llego a un evento nunca dejo mi abrigo, chaqueta o sobretodo en el vestière o guardarropa, menos en el invierno. Además, si lo que me he puesto es muy bonito, para qué me lo voy a sacar. En una comida siempre, pero en un cóctel no vale la pena”.
-Cuando uno se siente mal. “Tengo una salud fantástica. Nunca me siento mal. Pero si me duele la cabeza de repente, me quedo… Hasta que se me pase nomás”.
-Cuando sucede un accidente, como una copa derramada sobre alguien. “Eso es una tremenda desgracia. Hay que deshacerse en disculpas y pedir ayuda, limpiarle la chaqueta y tomarlo con humor. La idea es que esa persona no se sienta mal”.
-Cuando invitan a comer, ¿hay que llevar regalo? “Antes decía que no era necesario. Pero todo el mundo ahora llega a tu casa con cosas, que te dan ganas de hacer lo mismo. Pero, la verdad, es una tontera: uno se llena de chocolates, de cajitas de té, de velas. Pienso que no debiera ser una costumbre siempre. Ahora, si la comida ha sido en honor a uno, obviamente hay que mandar flores como agradecimiento”.
-¿Siempre hablar con los mismos? “Jamás. Yo hago safaris en los cócteles. Me gusta moverme, conversar con varios. En esto hay que promiscuir (remata entre risas)”.

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